DON
SISTO
Ana
María Caillet Bois - Córdoba Capital
Esta
noche no voy a dormir, yo me conozco. La ansiedad me da vueltas alrededor como
cuando voy a la calesita.
Tengo
cinco años y mañana comienzo primer grado; cuelga un blanco delantal que me
asusta, los moños para el cabello, todo preparado.
Me
levanto del almuerzo sin probar bocado, a las trece horas deberé estar en la
escuela.
Nos
sientan a mi hermana gemela y a mí en
sillas diferentes y mi hermana mayor y mi mamá nos peinan, nos ponen el
delantal, los zapatos nuevos y un portafolio más grande que nosotras,
Mamá
y su mejor amiga y vecina nos llevan de la mano.
Mis
ojos asombrados van cada vez más abiertos, siento una mezcla de alegría,
curiosidad y un poco de miedo.
En
el portón, que da al patio de la escuela, la primera sorpresa. Hay
un señor sentado en el suelo y todos los chicos alrededor de él. Tiene un gran
canasto con facturas cubierto con una
servilleta amplia y blanca.
Yo
veo todos los chicos mayores con monedas en la mano y mamá pone en las mías la
misma cantidad y me dice que elija lo que voy a comer en el recreo.
Una
sonrisa enorme, la del señor que tiene los ojos distintos. Mira siempre para arriba, me explican que es
ciego, que no puede verme pero que siente que estoy ahí.
--A
vos, Chiquita, cuál te gusta, la de crema pastelera --
¿Don
Sisto tiene los ojos en la sonrisa? Le pregunto a mamá, sino cómo sabe cuál es
la que me gusta.
Ana
María Caillet Bois